Alternancia

Alternar es combinar dos o más cosas sucesivamente, de modo que mientras una tiene lugar, ocupa un puesto o desempeña una función, la otra no lo hace.

En 1885, el Rey Alfonso XII agonizaba en su dormitorio. La sucesión de la Corona pasaba por la regencia de la Reina María Cristina, embarazada del futuro Rey, Alfonso XIII. En una habitación contigua, Antonio Cánovas del Castillo y Práxedes Mateo Sagasta, amigos y adversarios políticos, discutían sobre el futuro de España:

  • Antonio, debemos calmar a la ciudadanía.
  • La ciudadanía somos tú y yo, Práxedes, pues los pueblos sienten que son lo que son sus líderes.
  • Entonces es fácil: si nos salvamos nosotros, el pueblo se sentirá a salvo.
  • Pero deben sentir que han ganado porque tras el entusiasmo llega la calma y con ella, llegará la estabilidad.
  • Pero Antonio, ¿cómo conseguir que se sientan ganadoras las dos Españas? Tú y yo somos ideológicamente opuestos.
  • Si le aseguras a quien ha perdido que pronto ganará, se sentirá triunfador.
  • ¿Es ese nuestro trabajo? ¿Hacer sentir al pueblo que antes o después, volverán a ganar?
  • No podremos asegurarlo – replicó Práxedes – a menos que gobernemos en periodos alternos, ya que ni tu partido ni el mío tiene apoyos suficientes para permanecer en el poder demasiado tiempo.
  • ¿La monarquía no se opondrá?
  • Por supuesto que no; su estabilidad depende de que la defendamos o la cuestionemos… públicamente.
  • De acuerdo. ¿Quién empieza?

Y así aparece el “turnismo” en España, es decir, la alternancia en el poder. Fruto de la inteligencia de dos políticos y la supervivencia de sus partidos, de la “esperanza segura” de volver a ser el ganador en un breve espacio de tiempo.

La alternancia parece en muchos casos, la forma más justa de resolver una situación. O quizás solo sea una grosera variante de conformismo que somete los intereses colectivos en favor de los intereses de una parte.

Sagasta y Cánovas del Castillo así lo hicieron, justificando la falta de mayorías para el gobierno en solitario, la defensa de la monarquía y las malas experiencias de un pasado reciente que auguraba la inestabilidad del país.

Pero una alternancia pactada es un reparto de poder cuyo único elemento elector, es el tiempo. Es una dictadura de dos que consigue contentar a un pueblo que siente reconocido su color político cada pocos años de forma segura.

Pretendiendo evitar la imposición de una ideología sobre otra, consiguen imponer ambas bajo un sistema de turnos al margen de la voluntad del pueblo. Muy astuto, muy democrático. Me quito el sombrero.

¿No existe otro criterio de merecimiento más loable y más eficaz que el reparto basado en el tiempo? ¿No es un acuerdo injusto?

Si dediqué más esfuerzo, demostré más valía o tuve mejor equipo, ¿debo dejar que, en aras de la no confrontación, el reparto temporal establezca quién debe sustentar el puesto?

Reflexionando sobre nuestro actual sistema político, que ha conseguido dejar atrás el bipartidismo, me planteo si por el camino no hemos perdido la perspectiva a la hora de gestionar los derechos y obligaciones diarios. ¿No hemos trasladado esa alternancia injusta a muchos otros aspectos de la sociedad?

Hemos llegado a una equivocada “alternancia generalizada del reparto”; como él tiene, yo tengo derecho a tener. Como ella pasó de curso, yo he de pasar también. Si tuvo un ascenso, yo me lo merezco, y así en un largo etcétera de “yo también”.

Hemos superado ese absurdo criterio temporal, ya anticuado, para adoptar el “yo merezco eso porque otro lo ha conseguido”, sin preguntarnos por qué, confundiendo derechos con mérito. A ese “por qué” no podrían responder hoy en día ni Cánovas ni Sagasta cuyas decisiones, quiero pensar, pretendían salvaguardar la estabilidad de un país.

El criterio de “la falta de criterio” dirige nuestra sociedad en la actualidad y nos impide la autocrítica. Nuestros mínimos vitales son tan altos a pesar del bajo esfuerzo, que nos hacen vivir en  continua decepción y con un fuerte sentimiento de fracaso. Los Sagasta y Cánovas de hoy, nos trajeron un nuevo invento que vino a salvarnos y nos ha dejado aletargados: la alternancia generalizada del reparto. Es una propuesta de vida que convierte el esfuerzo, la constancia, la justicia y el mérito en un simple “yo también”.

Un sincero y cariñoso abrazo para algunos y después, para los otros.