Mapa

Ilusioria palabra.

Aquí tenemos a Alfred Korzybski, Oficial de Inteligencia del ejército ruso durante la Primera Guerra Mundial, con uno de sus soldados:

  • ¡Señor, nos hemos metido en un gran agujero!
  • Se equivoca, vamos siguiendo lo que marca el mapa.
  • Señor, definitivamente es una gran fosa y será difícil salir de ella.
  • ¿Cómo es posible?
  • Señor, el mapa no se corresponde con el territorio.

 “El mapa no es el territorio”.

Este polaco, creador de la teoría de la semántica general, acuñó los términos “mapa” y “territorio” que más tarde serían utilizados como presupuestos básicos de la programación neurolingüística por Richard Bandler y John Grinder en la década de los 70.

Nosotros, si les parece, vamos a centrarnos en la palabra “mapa”. Pero no en el mapa que todos conocemos, no en ese papel que nos permite viajar y conocer dónde están los países, sus ríos y montañas. Tampoco en el mapa de nuestro navegador.

Nuestro mapa es el que nos traen Bandler y Grinder, un mapa mucho más importante y útil. Es el mapa del tesoro moderno. Nos trae la empatía, la comunicación eficaz, la resolución de problemas, el diálogo, el entendimiento y la comprensión.

Este mapa es la interpretación que cada persona hace de la realidad y esta realidad es lo que conocemos como territorio.

Cada uno de nosotros tiene un mapa mental, es decir, ante una misma realidad objetiva (territorio) tendríamos tantas versiones (mapas) como habitantes hay en la tierra.

Insisto, es importante:

El mapa no es el territorio.”

Tomar consciencia de este concepto es básico para el entendimiento y el desarrollo personal porque todos pensamos que vemos el territorio pero lo cierto es que respondemos al mapa de nuestra realidad, no a la realidad misma.

Funcionamos con representaciones internas de lo que sucede fuera.

Nuestro cerebro crea perspectivas mentales de la realidad, es decir, genera una imagen en nuestra cabeza que es el resultado de filtrar la realidad misma a través de nuestros sentidos y experiencias, nuestra cultura y nuestro lenguaje.

Todos esos filtros conforman nuestro mapa. Y así ocurre con cada persona.

Entendemos ahora por qué en los debates de la televisión o en el Parlamento, jamás y digo jamás, hemos visto que alguien convenza a otro o ni siquiera se produzca un acercamiento en sus posturas.

El problema en estos casos es que ambas partes quieren tener razón y solo la tienen parcialmente, en el mejor de los casos. Esa discusión es la confrontación de dos o más mapas. Y eso ocurre porque cada uno tiene el suyo y aquí viene lo importante: “no le interesa el mapa del otro”.

Les propongo un reto: vamos a intentar leer el mapa de la persona que tenemos enfrente.

Les aseguro que no es fácil; requiere ver al otro por delante de uno mismo y una gran dosis de humildad, aprender a mirar con los ojos del otro, ponernos en sus zapatos.

Lo primero que tenemos que entender es que la realidad es subjetiva; la objetividad no existe. Cada uno de nosotros percibe la realidad con filtros distintos y por eso nos movemos a través de nuestro propio mapa.

La mejor manera de comunicarnos con los demás es entender la interpretación que su mente hace del territorio, aparcar por un instante nuestra lectura e intentar descubrir la suya, su realidad. Ser capaces de leer su mapa.

Un Mercedes último modelo con todos los extras es un elemento de estatus social para unos, una forma de ir más seguros o un gasto innecesario para otros. Cada una de estas respuestas es el resultado del Mercedes según las prioridades de cada individuo.

Nuestros sentidos, las experiencias pasadas, el lenguaje, la cultura, los anhelos o las circunstancias presentes filtran esa supuesta “realidad objetiva” llamada territorio y la convierten en miles de “realidades subjetivas”.

Aprender a leer mapas. ¡Qué bueno!

Suena a corsarios y piratas, dispuestos a todo por conseguir el mapa del tesoro. Ahora, el tesoro que esconde este mapa de tiempos modernos es “saber qué piensa el otro”.

Es un arma poderosa. Nos posibilita el entendimiento, la adaptabilidad, la consecución de acuerdos, la facultad de persuasión, aumenta nuestras posibilidades de convencer, de entender…

Imaginen por un momento lo que podríamos lograr con semejante tesoro.

Les deseo lo mejor a todos y cada uno de ustedes!!!

Groucho Marx

Julius Henry Marx

Son muchas las frases famosas de este personaje. Irreverentes, inteligentes, descaradas e irrespetuosas podrían, de hecho, definirlo mejor que cualquier biografía.

Hoy os propongo conocer a Groucho a través de ellas porque por encima de todo, son frases sobre la vida.

“Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”.

Un principio sería un conjunto de valores, creencias y normas que nos orientan y conforman nuestra forma de ser.

Partiendo de esta definición, ¿sabemos cuáles son nuestros principios?

Pensemos por un momento y seguro que al menos algunos de ellos, los fundamentales, aparecerán de forma clara en nuestra mente.

¿Pero están nuestros principios en sintonía con los de la mayoría de la sociedad?

Vivimos en la época más justa y desarrollada de la historia. Un momento aparentemente idóneo para poder gestionar los intereses comunes y el bien social conforme a unos principios más o menos estables. Sin embargo, estas líneas fundamentales se montan y desmontan con la misma velocidad que irrumpen otros intereses.

“Bebo para hacer interesantes a los demás.”

Las personas que menos vigilan sus principios son quienes, con la habilidad de un tahúr de manos rápidas, los canjean por cualquier cosa que les interesa según el momento. Y lo hacen para favorecer conveniencias que distan del interés de la mayoría.

Tal vez Groucho Marx tenía razón al “chistear” la frase. De hecho ¿deberían los principios poder cambiarse? Las personas cambian, la sociedad cambia, las circunstancias cambian… ¡todo cambia! Y eso es bueno.

Entonces, quizá los principios de la sociedad ya no sean los correctos.

El problema surge cuando el cambio es únicamente por el interés propio, cuando se hace faltando a las promesas hechas, cuando éste se acomete en contra de lo que siempre se ha defendido y se realiza para permanecer en el poder o salvaguardar los intereses de unos pocos.

Y se hace sin argumentos creíbles para la mayoría de nosotros.

“Tengo la intención de vivir para siempre o morir en el intento.”

¡Ese es el problema!

No estamos entendiendo nuestros principios como esos valores que hacen de nosotros lo que somos sino como aquello que nos permite una cosa y la contraria, es decir, cualquier cosa.

Entonces es cuando podemos afirmar que carecemos de principios.

Es mejor tener unos principios malos que no tener ninguno. No es una frase de Groucho Marx pero suena a él. Al menos tener principios malos te permite comparar y desde ahí, podemos aspirar a la corrección y el cambio.

Deberíamos pedir a todo aquel que ostenta un cargo de poder que explique cuáles son sus principios, cuáles son sus valores y qué pretende hacer con ellos porque esa persona nos representa.

 Y permitirle después que pueda cambiarlos pero siempre dando las oportunas explicaciones que no insulten la lógica más elemental.

“Inteligencia militar, son dos términos tan contradictorios…”

Hagamos de la gestión y la gobernación algo de elevadas miras y sublimes objetivos pero también de humildes y razonadas explicaciones.

Y entendamos que gobernar sobre todos nosotros, no es algo fácil. Seamos tolerantes y flexibles con los que nos dirigen, pero previa explicación de por qué cambiaron lo que parecía ser innegociable o por qué no cumplieron aquello que juraron hacer y que era lo único sensato.

¿Por qué entonces no se dan estas razones? Seguramente los motivos de su incumplimiento no atiendan al bien común o a lo que la realidad global obligue.

Es fácil el gobierno teórico pero casi imposible poner siempre en práctica lo que parece lo más ético, justo y razonable.

Filosofar sobre los principios es una tarea relativamente sencilla siempre y cuando nos mantengamos en el plano de lo teórico pero el principio de todos los principios debería ser “no hacer daño al prójimo”, ¿no?

“¿A quién va usted a creer, a mí o a sus ojos?”

Los gobernados deberíamos buscar en el interior nuestra auténtica verdad, esa que solo nosotros sabemos para dejar de ser unos hipócritas con la boca llena de deseos de anuncio publicitario y no demandar con sigilo cómo anhelamos vivir.

De no ser así, las sociedades serán ingobernables muy pronto pues no viajan cogidos de la mano los intereses propios de los que nos gobiernan con la doble moral de los gobernados.

“Hay tantas cosas en la vida más importantes que el dinero… ¡pero son tan caras!”

Y es que, ¿qué ocurre cuando nuestros principios y los de la sociedad no son los mismos?

Cada uno de nosotros sabe lo que quiere pero no sabe si está dispuesto a pagar por ello. Seguramente, si abonamos el precio de esa vida ideal que todos proclamamos no alcanzaremos el nivel de la vida que deseamos.

¿Estamos dispuestos a seguir nuestros principios o si no nos gusta lo que nos traen, tendremos otros?

 

Les deseo lo mejor a todos y cada uno de ustedes. Es un placer!!!